sábado, 9 de enero de 2010

El veneno de los adultos

La guerra de Bosnia fue, quizá, el conflicto bélico más célebre de los años 90, y sus tres años de duración pusieron en entredicho el crédito de una Europa que no supo poner fin a una sangría que dejó a su paso entre unos 100.000 y 200.000 cadáveres. Esa región de Los Balcanes se convirtió en escenario de un salvajismo y una crueldad que parecían olvidados tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

Son unas cuantas las razones que se han esgrimido para explicar las causas de esa guerra, pero imperios austrohúngaros u otomanos, desintegración de Yugoslavia o mezcla de etnias son palabras sin sentido para un niño que, en su ingenuidad, busca una razón para entender por qué, de repente, todo el mundo se vuelve loco y empiezan a matarse unos a otros.

Mary Kaldor cita en su libro Las nuevas guerras la sesión que un psicólo noruego vivió con Iván, un pequeño que fue testigo de los horrores de aquel conflicto y en cuyo corazón aún no había sitio para el odio que explica las matanzas, las torturas y las violaciones propias de la guerra, de tal manera, que entendió que la causa de todo aquello fue un veneno. Lo más llamativo es el nombre de ese veneno:

¿Cómo se puede hablar con un niño de nueve años del hecho de que su padre haya disparado contra su mejor amigo?

Le pregunté qué explicación tenía él, y me miró a los ojos y dijo: «Creo que han bebido algo que les ha envenenado los sesos». Y luego añadió, de pronto: «Pero ahora están todos envenenados, así que estoy seguro de que es el agua potable, y tenemos que averiguar cómo limpiar los depósitos contaminados».

Cuando le pregunté si los niños estaban tan envenenados como los adultos, movió la cabeza y dijo: «No, ni hablar. Tienen cuerpos más pequeños y por eso están menos contaminados, y he descubierto que los niños pequeños y los recién nacidos, que, sobre todo, beben leche, no están envenenados en absoluto».
Le pregunté si alguna vez había oído la palabra política. Casi saltó, me miró y dijo: «Sí. Ése es el nombre del veneno».

Citado, a su vez, en State of War and Peace de Dan Smith (pág. 31).


Fotografía: James Nachtwey