sábado, 24 de febrero de 2007

Vámonos de mani

Ayer escuché en Onda Cero la entrevista que realizaron a un comerciante de la zona de la plaza de Colón, que se quejaba por las interminables manifestaciones que cada fin de semana se llevan a cabo allí. Decía que esas continuas manifestaciones les están causando pérdidas económicas y mostraba su rechazo a la costumbre de manifestarse siempre en el mismo lugar. Desde los ciclonudistas y el orgulllo gay hasta las víctimas del terrorismo –cada asociación por su lado–, todos tienen la Cibeles como punto de partida de sus movilizaciones. Me pregunto si, como en Tenerife, los vecinos irán a los tribunales para pedir que se prohíban las manifestaciones en la zona. Ya estoy viendo las reacciones de los organizadores: "Qué gente más amargada, si esto es sólo una vez a la semana".

Yo creo que la solución más idónea sería que se pusieran todos de acuerdo, quedaran todos el mismo sábado y ya no habría necesidad de molestar otro día a los pobres vecinos y comerciantes de la zona. Claro está, la combinación de lemas de los manifestantes sería curiosa, cuando menos: "¡Zapatero dimisión!, ¡Orgullo gay!, ¡No a la guerra!, ¡Tu culo es mi culo!, ¡Queremos saber!". Banderas republicanas junto a banderas con el aguilucho; curas y obispos al lado de drag-queens; Acebes codeándose con José Blanco... Un momento memorable digno de ser grabado en DVD junto a los mejores momentos de Arévalo. Luego además sería todo un desafío la labor de contar el número de asistentes, con la guerra de cifras que siempre se desata entre unos y otros. Al final acabarían diciendo que asistieron 44 millones de personas, así seguro que nadie se queda corto.

En vista de que los políticos sólo se ponen de acuerdo para subirse el sueldo, confiemos en que algún día los ciudadanos nos unamos y que las manifestaciones por la paz y contra la guerra y el terrorismo sean realmente por laz paz y contra la guerra y el terrorismo y no contra el gobierno de turno. Tampoco creo que pida mucho.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Todo lo que la tele ha hecho por mí

Nos quejamos a menudo por la pésima calidad de la telebasura y lo pesadas que son todas las cadenas con los programas del corazón, los reality-shows y maravillas similares. Cuando preguntas a la gente, todos afirman que no siguen ese tipo de programas y que sólo ven los documentales de La 2. Lo curioso es que, después, todo el mundo sabe el nombre de los finalistas de Gran Hermano o conoce el último escándalo de la Pantoja.

La verdad es que yo, hace años, ante el alto nivel intelectual de los contenidos televisivos y su gran valor espiritual, decidí abandonar la "caja tonta" –nunca mejor dicho– por otros medios para disfrutar de mi tiempo de ocio. De este modo, puedo afirmar que gracias a la tele descubrí el maravilloso mundo de los libros. Empecé a leer todo lo que caía en mis manos y pude conocer a escritores como Dostoievski, Tolkien o García Márquez. Gracias a la tele pude invertir muchas horas en navegar por la red y en poco tiempo me volví un pequeño erudito de la Informática e Internet, y me aprendí muchos términos de la jerga de las nuevas tecnologías: spoiler, freeware, códec, mp3, etc. Gracias a la tele me animé a echar un sueño después de comer y disfruté con los beneficios de la siesta mediterránea. Gracias a la tele me aventuré a juntar letras en un papel en blanco y hallé el placer de escribir tus propias historias.

Ahora que lo pienso, la verdad, no sé por qué suelo criticar tanto a la televisión cuando ha hecho tanto por mí.





martes, 13 de febrero de 2007

Pandémica y celeste

Quiero estrenar mi blog con un fragmento de un poema de Jaime Gil de Biedma, poeta español de la llamada "generación del 50", un grupo de poetas que creció durante la posguerra. El fragmento es de un poema titulado "Pandémica y celeste" y me parece una brillante descripción del amor en su faceta más "carnal". Una muestra de que el amor, a pesar de Platón y Bécquer, es también deseo, y que la carne y el espíritu a menudo pueden ir de la mano en el juego del amor.


Para saber de amor, para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
–con cuatrocientos cuerpos diferentes–
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.