Venganza
Miró por la ventana y vio el atardecer que aquel día moribundo regalaba a los ojos: un cielo cubierto de nubes rojizas, como si Dios hubiera volcado una copa de vino sobre una célica miga de pan. Siguió la clase mirando de reojo a su compañera, esperando con intranquilidad el siguiente ejercicio in pairs para charlar con ella y hacerle sonreír.
Ella iba siempre un paso por delante, conseguía desarmarle con un solo gesto y, a su lado, él se sentía diminuto. Por eso sabía que no tenía ninguna posibilidad, que nunca besaría sus labios ni sus manos se entrelazarían con las de ella. Aun así, no se cansaba de hacer tonterías para que ella sonriera; esa era su pequeña venganza: no podía poseer su corazón, pero sí sus sonrisas.
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