Tres gotas de vino y una de agua
Con tres gotas de vino y una de agua. Así celebraba la eucaristía Francois Xavier Nguyên Van Thuân mientras se encontraba en prisión. Este sacerdote vietnamita, a quien tuve el placer de conocer en una charla dada en 2002, fue apresado en 1975 (concretamente, el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen María) por orden del gobierno comunista cuando era obispo de Saigón (actualmente Ciudad Ho Chi Minh, Vietnam), y permaneció encarcelado durante trece años, nueve de ellos, incomunicado. Al día siguiente de su arresto, escribió en clave a sus fieles pidiéndoles un poco de vino "como medicina contra el dolor de estómago". Le enviaron una botellita de vino y unas hostias envueltas entre las ropas; de ese modo, cada noche, cuando apagaban las luces de la prisión, celebraba la misa y convertía la palma de su mano en un improvisado altar sobre el que derramaba tres gotas de vino y una de agua pronunciando de memoria las palabras de la consagración. Una parte de las hostias consagradas se la pasaba a sus compañeros de celda, y otra la guardaba en unos saquitos que repartían después entre los otros grupos de prisioneros del campo de reeducación. Durante sus años de aislamiento celebraba la eucaristía hacia las 3 de la tarde, "la hora en que Jesús estaba agonizando en la cruz".
En la cárcel de Vinh Quang, uno de sus guardianes, con quien había trabado amistad, le permitió recortar un trozo de leña en forma de cruz que luego escondía en una pastilla de jabón, pues los símbolos religiosos estaban prohibidos. Posteriormente consiguió hacerse una cadena de alambre (que los guardias le dieron con no poco recelo, pues pensaban que se quería suicidar con ella) con la que podía colgarse la cruz y esconderla bajo la ropa. Esta cruz fue la que, ya en libertad, siguió llevando una vez nombrado cardenal y la que le acompañó hasta el final de sus días en la Tierra. "Esta cruz hecha con la madera que me dejaron cortar los carceleros, y esta cadena, hecha con el alambre que rodeaba la prisión, no es sólo un signo del único sentido de todo sufrimiento, sino también el signo de que un amor así, como el de Cristo en la Cruz, conquista los corazones, y vence al mal, como conquistó mi amor el corazón de aquellos guardias que se jugaban la vida ayudándome a labrar esta cruz".
Precisamente su actitud de respeto y docilidad para con los guardias hizo que entre ellos se estableciera una relación de cercanía y amistad, de manera que el padre Van Thuân les hablaba del extranjero, les enseñó lenguas como el francés y el inglés ("¡mis guardianes se convierten en mis alumnos!") y, posteriormente, les predicó también la palabra de Dios, consiguió que aprendieran latín e incluso uno de ellos le pidió que le enseñara un canto en este idioma, lo que dio lugar a escenas curiosas: "no puedo decir lo conmovedor que era oír cada mañana a un policía comunista bajar las escaleras de madera, hacia las siete, para ir a hacer gimnasia y después lavarse cantando el Veni Creator en la prisión". Esta actividad del obispo hizo que muchos de los guardias se convirtieran al catolicismo, lo que, lógicamente, preocupaba a los superiores; de manera que cada dos semanas cambiaban a la pareja de vigilantes que le custodiaban, hasta que decidieron no cambiarlos más para evitar que todos quedaran "contaminados".
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