martes, 31 de julio de 2007

25 de mayo, Navidad

En el pueblo congoleño de Nkanda no celebran la Navidad el 25 de diciembre, sino el 25… de mayo. Esa es la fecha en que la Iglesia kimbanguista conmemora el nacimiento de Jesucristo. Vestidos con ropas verdes (que representan la esperanza) y blancas (como símbolo de la pureza), los kimbanguistas organizan procesiones, bailes y comidas durante unos festejos que duran veinticuatro horas y en las que está prohibido el alcohol.

Este culto cristiano fue fundado en 1921 por Simon Kimbangu, un profeta educado por misioneros bautistas que supuestamente recibió de Cristo la misión de convertir a sus hermanos a la fe del nazareno. Desde 1990 los kimbanguistas empezaron a cuestionar la posibilidad de que Jesucristo realmente naciera un 25 de diciembre y, tras años de investigaciones y análisis de los textos bíblicos, en 1999 se convocó una junta general en que se decidió que, a partir de entonces, la originariamente conocida como Iglesia de Jesucristo sobre la Tierra según su enviado especial Simon Kimbangu celebraría la Navidad el 25 de mayo. Pidieron, asimismo, que los cristianos de todo el mundo cambiasen la fiesta de diciembre a mayo; propuesta que, evidentemente, no tuvo éxito.




Lo más curioso de todo es que los herederos de Kimbangu van bien encaminados. Si echamos un vistazo a los Evangelios es fácil comprobar que Jesús no nació un 25 de diciembre. Lucas nos cuenta que los pastores estaban con sus rebaños en el campo, lo que implica que, por un lado, el nacimiento tuvo que ocurrir antes de octubre, pues a partir de este mes los cuidadores guardaban a sus ovejas bajo techo y, por otro, resulta poco probable que los pastores durmieran al raso en pleno invierno. Además, la razón del viaje a Belén de José y María era ser censados, y parecería absurdo que el emperador ordenara elaborar un censo en diciembre, cuando muchos caminos se debían de encontrar intrasitables a causa de la lluvia y la nieve. Por ello, resulta más lógico pensar que el nazareno nació en otra época del año, posiblemente en primavera.

En realidad, lo del 25 de diciembre como el día del nacimiento de Jesús de Nazaret tiene poco de cristiano y mucho de pagano. Numerosas culturas de la antigüedad (celtas, persas, babilonios) festejaban el solsticio de invierno como la noche en que nacía el dios del Sol. La noche más larga del año es precisamente el momento a partir del cual los días empiezan a ser más largos y la luz va ganando terreno a la oscuridad. En la antigua Roma, el calendario juliano situaba este solsticio el 25 de diciembre, fecha en que los romanos celebraban la fiesta del Sol Invictus, que ponía fin a la Saturnalia, una festividad dedicada al dios Saturno que comenzaba el 17 del mismo mes. La Iglesia adaptó estas celebraciones paganas a la doctrina cristiana y estableció el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre, aprovechando el simbolismo asociado a esa fecha: nacía Jesús, el hijo de Dios, la luz del mundo que venía a destruir el poder de las tinieblas.

Después de diecisiete siglos, la Iglesia católica, poco dada a los cambios, posiblemente no esté por la labor de cambiar la fecha de la Navidad, pero más difícil sería convencer a El Corte Inglés y otros adalides del capitalismo de que trasladaran su gran temporada de recaudación al mes de mayo. Con la Iglesia –y El Corte Inglés– hemos topado.

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